El problema -cuando nos sentimos ofendidos- es la identificación con lo que la otra persona hizo, o dijo. La mente comienza a etiquetar "fulano es esto, es lo otro" " me hizo tal cosa", tomamos la cosa como una afrenta personal, "a mí". Cuando podemos separar a la persona del acto, encontramos que •"fulano" no es "tal cosa", porque fulano, no es "eso". Pudo haber tenido una actitud descomedida, pudo haber actuado desmesuradamente, pero él, en si mismo, no es lo que hizo o dijo. Y tal actitud es propia de la conciencia que tiene. (sin ser peyorativa, claro). Cada uno teine la conciencia que puede tener, y está en el lugar del camino que puede estar. En vano es querer estar más adelante, si tenemos que estar donde tenemos que estar. Por eso tampoco vale recriminar a otros, o recriminarnos por nuestras acciones.
Cuando hacemos esta distinción, podemos llegar a ver que tal actitud molesta para nosotros, es algo "fuera" de fulano. No es algo que le pertenece, porque él no es "eso". No es algo que me tenga que doler a "mí", porque esa separación que hago con él, también la hago conmigo. "Yo", no soy esa persona molesta. Puede haber en un primer momento una actitud de molestia, la veo, y la dejo. De esa manera, ambos, el ofensor y yo, quedamos afuera. Y ahí entra a jugar el perdón. Pero, en realidad, cuando hacemos este trabajo, ni siquiera reparamos en que tenemos que perdonar algo. Porque entendemos que no ha habido ofensa.
Entonces ¿cuál es el problema? No existe. Se diluye, se desvanece. En cambio, si personalizamos, "él me dijo" "él me hizo sentir..." si nos metemos dentro del drama, vamos a ser protagonistas, que es lo que el ego quiere. ¿Final de la película? ¡Estaremos sufriendo!.
lunes, 18 de enero de 2010
Enemigo sutil
La mayoría de conflictos que marcan nuestra vida se fraguan en el seno de las relaciones que establecemos con nuestro círculo más cercano. Por lo general, cuando alguien nos hace algo que consideramos "malo" o "injusto", nos sentimos heridos y nos enfadamos. Tras el estallido de ira inicial, solemos creer que el tiempo enfriará el agravio y terminará por disolverlo. Sin embargo, en muchas ocasiones el paso de los días, meses o años tan sólo agranda las heridas y alimenta el resentimiento. Y al poco, el venenoso rencor entra en escena, pudriendo los restos de esa relación. Así, vamos arrastrando por la vida el peso de nuestros conflictos no resueltos.
Lo que hace falta no es dejar pasar el tiempo, sino aplicar la inteligencia emocional, que nos ayudará a aprender a distinguir entre la agresión y el agresor para descubrir el camino del perdón.
Las relaciones humanas suelen ser conflictivas, porque todos somos diferentes. Tenemos distintas formas de ser, de pensar y de expresar nuestros sentimientos. Todos tenemos necesidades, expectativas y deseos que, en ocasiones, pueden chocar con los de los demás. Y eso supone una fuente inagotable de malentendidos, que muchas veces se convierten en conflictos. De ahí que no sea difícil ver a nuestro alrededor hermanos que no se hablan, parejas que terminan entre violentas recriminaciones o amigos que han dejado de serlo. Sin embargo, está en nuestras manos prevenir estas situaciones, que suelen tener el rencor como denominador común.
El rencor es un enemigo sutil, una forma de esclavitud que afecta negativamente nuestra vida y nuestras relaciones. Este sentimiento nace cuando nos tomamos un comentario, una actitud o una acción como una ofensa personal. El dolor que nos genera una situación en la que nos vemos traicionados, humillados o rechazados queda grabado a fuego en nuestra memoria, alimentando nuestro resentimiento hacia la persona que creemos que lo ha provocado. Esa herida emocional supura infelicidad, ocupa nuestra mente y absorbe nuestra energía vital. A menudo, nos lleva a tratar de protegernos para no sentir dolor de nuevo, lo que repercute nocivamente en nuestras relaciones con los demás.
Lo que hace falta no es dejar pasar el tiempo, sino aplicar la inteligencia emocional, que nos ayudará a aprender a distinguir entre la agresión y el agresor para descubrir el camino del perdón.
Las relaciones humanas suelen ser conflictivas, porque todos somos diferentes. Tenemos distintas formas de ser, de pensar y de expresar nuestros sentimientos. Todos tenemos necesidades, expectativas y deseos que, en ocasiones, pueden chocar con los de los demás. Y eso supone una fuente inagotable de malentendidos, que muchas veces se convierten en conflictos. De ahí que no sea difícil ver a nuestro alrededor hermanos que no se hablan, parejas que terminan entre violentas recriminaciones o amigos que han dejado de serlo. Sin embargo, está en nuestras manos prevenir estas situaciones, que suelen tener el rencor como denominador común.
El rencor es un enemigo sutil, una forma de esclavitud que afecta negativamente nuestra vida y nuestras relaciones. Este sentimiento nace cuando nos tomamos un comentario, una actitud o una acción como una ofensa personal. El dolor que nos genera una situación en la que nos vemos traicionados, humillados o rechazados queda grabado a fuego en nuestra memoria, alimentando nuestro resentimiento hacia la persona que creemos que lo ha provocado. Esa herida emocional supura infelicidad, ocupa nuestra mente y absorbe nuestra energía vital. A menudo, nos lleva a tratar de protegernos para no sentir dolor de nuevo, lo que repercute nocivamente en nuestras relaciones con los demás.
Amo lo que hago
Encontrar y seguir una pasión es todo lo que tú necesitas.
Michael Nolan tenía razón cuando decía: "Si usted ama lo qué hace, nunca trabajara otro día en su vida." Yo digo "Amen" a esto. Personalmente nunca he sabido lo que es trabajar un día en mi vida. Yo amo lo que hago.
Tristemente, no todo el mundo es tan afortunado como yo al hacer el trabajo que realmente aman. Pienso que el mundo sería un lugar mucho mejor si cada uno estuviese feliz con su trabajo. No obstante, mucha gente apenas va a trabajar día tras día, negociando horas de trabajo por dinero, simplemente porque no saben lo que quieren hacer o tienen miedo de dejar un trabajo seguro para ir tras sus sueños.
He encontrado que la gente tiende a caer en una de las tres categorías siguientes:
1. Los que no saben que quieren hacer.
Este tipo de persona está confundido. Cada uno de nosotros conoce a alguien así. Esta gente no tiene ninguna pista, ellos solo se levantan por la mañana y flotan en su vida sin ningún plan de acción. No saben lo que quieren hacer y cuando alguien les pregunta acerca de ello, solo lo miran con el rostro en blanco, no tienen respuesta.
2. Los que saben que quisieran hacer, pero no lo hacen.
Este tipo de persona se frustra. De hecho, dicen lo que quisieran hacer. "Oh, quisiera ser este o quisiera hacer esto, yo quisiera ir allí." Usted les puede preguntar, "bien, porqué no está allí, o ¿ porqué no haces eso?" Sus respuestas son generalmente un manojo de excusas. Es decir saben lo que quisieran hacer, pero no lo hacen. No parecen tener la iniciativa, la energía, lo que necesitan tomar para conseguir ir donde desean estar y así se pasan la vida diciendo que quisieran hacer pero nunca lo hacen, y como resultado están siempre frustrados.
3. Los que hacen lo que quieren hacer.
Este tipo de persona se satisface. Tienen un sentido de la significación y del cumplimiento en su vida. Realmente tienen gusto de hacer lo que lo hacen. Dicen, "estoy logrando algo que me trae valor a mí y a otros también." Si usted ha hecho sus sueños realidad (y continua haciéndolos realidad día tras día en su vida y en su trabajo), usted es quien es. Si usted sabe lo que quiere hacer, pero no lo hace, usted es quien desea ser.
Michael Nolan tenía razón cuando decía: "Si usted ama lo qué hace, nunca trabajara otro día en su vida." Yo digo "Amen" a esto. Personalmente nunca he sabido lo que es trabajar un día en mi vida. Yo amo lo que hago.
Tristemente, no todo el mundo es tan afortunado como yo al hacer el trabajo que realmente aman. Pienso que el mundo sería un lugar mucho mejor si cada uno estuviese feliz con su trabajo. No obstante, mucha gente apenas va a trabajar día tras día, negociando horas de trabajo por dinero, simplemente porque no saben lo que quieren hacer o tienen miedo de dejar un trabajo seguro para ir tras sus sueños.
He encontrado que la gente tiende a caer en una de las tres categorías siguientes:
1. Los que no saben que quieren hacer.
Este tipo de persona está confundido. Cada uno de nosotros conoce a alguien así. Esta gente no tiene ninguna pista, ellos solo se levantan por la mañana y flotan en su vida sin ningún plan de acción. No saben lo que quieren hacer y cuando alguien les pregunta acerca de ello, solo lo miran con el rostro en blanco, no tienen respuesta.
2. Los que saben que quisieran hacer, pero no lo hacen.
Este tipo de persona se frustra. De hecho, dicen lo que quisieran hacer. "Oh, quisiera ser este o quisiera hacer esto, yo quisiera ir allí." Usted les puede preguntar, "bien, porqué no está allí, o ¿ porqué no haces eso?" Sus respuestas son generalmente un manojo de excusas. Es decir saben lo que quisieran hacer, pero no lo hacen. No parecen tener la iniciativa, la energía, lo que necesitan tomar para conseguir ir donde desean estar y así se pasan la vida diciendo que quisieran hacer pero nunca lo hacen, y como resultado están siempre frustrados.
3. Los que hacen lo que quieren hacer.
Este tipo de persona se satisface. Tienen un sentido de la significación y del cumplimiento en su vida. Realmente tienen gusto de hacer lo que lo hacen. Dicen, "estoy logrando algo que me trae valor a mí y a otros también." Si usted ha hecho sus sueños realidad (y continua haciéndolos realidad día tras día en su vida y en su trabajo), usted es quien es. Si usted sabe lo que quiere hacer, pero no lo hace, usted es quien desea ser.
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